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El horror de vivir en un asilo durante la pandemia

La crisis sanitaria ha puesto en evidencia que agrupar a los ancianos o el colectivo de personas con discapacidad intelectual en grandes asilos para su cuidado es una estrategia muy peligrosa y que se ha transformado en una pesadilla el vivir en ellos.
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. Pedro Chana, neurólogo y subdirector de Dirección de Postgrado de Facultad de Ciencias Médicas de la Usach.

El porcentaje de muertes de adultos mayores por Covid-19 en los asilos –cerca del 20%-ha puesto en evidencia que agrupar a los ancianos o el colectivo de personas con discapacidad intelectual en grandes asilos para su cuidado es una estrategia muy peligrosa y que se ha transformado en una pesadilla el vivir en ellos.

Esto nos debiera hacer reflexionar respecto del modelo elegido para enfrentar esta problemática.

Es evidente, que instituciones grandes pueden representar una ventaja económica, pero claramente atentan contra la seguridad de estos colectivos y sus derechos. Debemos mirar con atención cuál es el número máximo de personas para un colectivo de esta naturaleza y si vamos más allá, analizar sobre la problemática de enfrentar este tipo de instituciones o buscar alternativas que apoyen el cuidado en la comunidad siendo más inclusivos.

Hay que plantearse respecto a si ¿no sería mejor invertir más recursos en los procesos de inclusión, disuadiendo la institucionalización?

Siempre habrá un grupo de personas que no pueden ser cuidadas en comunidad y requerirán un apoyo institucional, sin embargo, este debiera ser lo más cercano a un espacio similar a una casa con limitación de número de personas que habitan en ellas.

Para ello, proponemos un decálogo qué debería orientarnos en la toma de decisiones para generar estos espacios de viviendas colectivas:

1.   La vivienda es un dispositivo de carácter social y no sanitario.

2. Está estructurada para asegurar la privacidad, participación plena y el sentido de pertinencia.

3.    Procura todos los medios y espacios para que las personas ejerzan su autonomía moral y recuperen sus lazos de apoyo social.

4.    Las personas que trabajan en la residencia son reconocidas como asistentes personales, quienes son capacitadas para cumplir este rol.

5.  Los horarios y rutinas son establecidos en conjunto con los residentes de manera colectiva, asegurando la flexibilidad y el cumplimiento de las distintas necesidades. En este sentido, cada persona establece su propia rutina.

6.   Se realiza una coordinación constante con las redes sociales y de salud para que las personas accedan a los bienes y servicios públicos.

7.   Se trabaja de manera permanente en la revinculación con la familia y/o personas significativas.

8.   La vivienda está completamente adaptada a las necesidades de sus residentes, siendo 100% accesible e inclusiva. 

9.   La vivienda comunitaria es la última opción cuando la red social de la persona no es capaz de dar respuesta

10.  El número de persona bajo un mismo techo debe ser menor a 8.

.Pedro Chana, neurólogo y subdirector de Dirección de Postgrado de Facultad de Ciencias Médicas de la Usach.

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