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Álvaro Promis: El desafío de Chile es crear bosques resilientes que se recuperen rápidamente

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Para el ingeniero forestal, académico de la Universidad de Chile y experto en restauración de bosques naturales, Álvaro Promis, el descomunal incendio forestal que arrasa el paisaje del centro sur del país empezó hace tiempo. Unos tres siglos. Cuando la necesidad de dotar a una naciente urbanización de madera llevó a una estrategia poco reflexiva de introducción de especies de rápido crecimiento y fácil comercialización.

Promis indica que precisamente estas grandes extensiones dedicadas al pino radiata o insigne y otras variedades de eucaliptus que arden por estos días son vestigios de una gran transformación que desde el siglo XVIII hizo también de estas zonas el lugar de acopio, transporte y residencia de poblados dedicados a la cultura forestal comercial. “A mí todo esto me hace reflexionar sobre la utilización intensa de los terrenos cercanos a nuestra Cordillera de la Costa a la que no hemos dejado en paz desde la Colonia. Ha sido una utilización intensiva y constante que ha generado una gran erosión por la mala decisión de cultivar especies introducidas por su rápido crecimiento, pese a que también utilizan grandes recursos naturales como el agua”, sostiene

Agrega que si bien en Chile hay casi 17 millones de hectáreas de bosque según Conaf, 13 millones de ellas se componen por bosque nativo, pero que los incendios se concentran en la zona dedicada al cultivo de especies exógenas. “Ya en 1940 se publicaban libros que alertaban en Chile sobre el nivel de erosión en gran parte de la Cordillera de la Costa. Más tarde, en los 60, se estimaba que el 60% de esta área del Maule, O’Higgins y el Biobío podría sufrir un alto grado de erosión. Después, a mediados de los 80, se identificó un insecto llamado Polilla del Brote que era un gran problema: no mataba el árbol, pero sí lo deformaba y afectaba en forma masiva la comercialización de especies como el pino. Aunque fue una de las primeras grandes plagas no se tomó ninguna decisión salvo diversificar especies que fuesen más resilientes a la acción de este insecto”, explica sobre un permanente desfase entre acción y reacción ante el medio.

“Yo me pregunto: ¿la gente cuida las playas con el mismo interés con que cuida los bosques?”, dice Promis. La retórica evidencia un hecho indesmentible. El de una sociedad que siente más cercanía con el mar y la costa como parte de una experiencia de agrado, que la del disfrute libre de los bosques. Lugares relegados a reservas donde hay que pagar una entrada, que generalmente exigen un mayor desplazamiento para acceder o que se encuentran en manos de privados”, remarca.

Aquí radica principalmente el interés de las personas por cuidar de manera espontánea sus balnearios en lugar de los bosques que quedan más a su suerte. “Las playas suelen ser vinculadas con el libre tránsito y la gente hace lo posible porque siga siendo así. Que nadie les impida el paso. Creo que las personas cuidan más las playas porque pueden participar más de ellas. Hay disponibilidad de gozarlas o disfrutarlas de una manera que no sucede del todo con los bosques”, reitera. Y agrega, sobre lo que llama una percepción muy personal, que “ese disfrute recreativo y el contacto con la naturaleza sigue siendo más barato en la playa que en los bosques y termina convirtiéndose en un lugar de menor valoración”.

EXPERIENCIA GERMANA

Parte de esa mirada dice haberla comprendido en Alemania, donde el profesor cursó estudios y notó que las personas no tienen prohibición alguna para transitar por los bosques locales aunque se trate de predios privados. “Tanto los gobiernos regionales como al área privada dejan disponibles estas zonas por el beneficio social que entrega la posibilidad de estar cerca de la naturaleza. El resultado es que la gente integra ese entorno desde pequeña y los termina cuidando y haciendo propios. Por otro lado, si una persona tiene un bosque en el límite de su casa, pero ve un cerco y una advertencia de ‘prohibido pasar’ no se sentirá llamada a participar de ese entorno, ni de estar dentro de él. Probablemente lo cuidará menos y delegará su total cuidado a su propietario privado”, señala.

-¿Cómo influye esta práctica en la creación de bosques resilientes, capaces de reponerse más fácilmente de un incendio forestal, por ejemplo?
– Creo que la gente se interesa más en los bosques donde abunda la vida. Dotarlos estas áreas silvestres de especies variadas y vida natural es algo que se promueve en Europa desde hace bastante tiempo. Esto porque es sabido y estudiado que los bosques hidrófilos responden rápidamente a los escenarios de catástrofe como los incendios, erupciones volcánicas y daños provenientes del entorno humano. Se genera así un mismo bosque incluso con una mayor productividad donde no abunda una sola especie, el techo superior del bosque es ocupado por una especie, el techo inferior por otra, algunas producen miel, otras frutos comestibles y desde el aspecto de la fauna, se hacen mucho más biodiversos y amigables con el ambiente.

“En Chile -agrega- se han perdido históricamente bosques de la zona de la depresión intermedia formados de quillay, litre, peumo, boldo, espinos o palma chilena. También extensiones de la Cordillera de la Costa con roble maulino, queule, ruil, bosques de lingue o roble de Santiago. En lugar de esto, quedan muy pocas áreas silvestres en el sistema nacional de protección implementado por el Estado a través de parques, reservas y monumentos nacionales. Estas suelen estar formadas por especies introducidas e incorporadas desde los años 20 para probar qué especies pueden ser importantes de utilizar”.

-¿Le parece que esa experiencia alemana que usted menciona sea una medida realista para implementar en Chile?
-Después de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Alemania utilizaron intensamente los bosques para su reconstrucción y se plantó mucho pino silvestre y abeto de rápido crecimiento. En el último tiempo se ha tratado de ir cambiando a situaciones más naturales, con regeneración natural y composicon de especies diferentes. Se verificó que se podía aumentar así la fauna y lograr condiciones más productivas con especies más nobles para la construcción o el abastecimiento de muebles. Recientemente se publicaron muchos libros sobre la biodiversidad lograda en estos bosques, el efecto de acumulación de biomasa, el secuestro por parte de estas áreas verdes de carbono para afectar el cambio climático y otros aumentos de diversidad florística.

“Pero cualquier proyecto de conservación que no incluya al actor social local, no podrá llevarse a cabo exitosamente. No se puede dejar a la gente fuera del cambio e impacto del paisaje que desarrollamos. Deben ser partícipes, ser parte de la decisión que se va a tomar. Por ejemplo, en la localidad de Santa Olga sucedió que la población creció alrededor de plantaciones de pino que mayoritariamente pertenecen a las forestales. Ignoro si el aserradero local se instaló antes o después del asentamiento urbano, pero recuerdo que ahí, hace cerca de 5 años, llevamos a cabo una investigación sobre el uso de suelo para plantación del pino radiata y proyectar una modificación en la reforestación con especies nativas”, indica.

Señala que “la gente estaba muy preocupada de modificar las acciones de la industria hacia el roble maulino que no tiene un uso económico importante, no cuenta con cadena reproductiva. Recientemente, la gente de la comunidad estaba desilusionada y afectada por estar inmersa en una muralla de plantaciones que se incendiaron. No sé si sea lo mejor instalar de nuevo el aserradero en la misma población, que puede ser buena para desarrollar rápidamente empleos, pero que por otro lado puede ser una oportunidad de reforestar con especies nativas que aporten también a la recuperación de agua por parte de los bosques y recuperar la belleza escénica”.

-Se habla de campañas de cultivar un árbol nativo en casa y reforestar con él las zonas siniestradas por el fuego. ¿Le parece que sea un acto de resiliensia relevante?
-Sí. Creo que bien dirigido puede ser una buena medida, sin embargo falta que el Estado se haga cargo de un buen parque nacional cerca de la Cordillera de la Costa para mantener nuestro legado natural que ha quedado al arbitrio y goce de la propiedad privada. Debemos crear el bosque que nos merecemos tener y que nos recuerde o contenga aquellos ambientes que hemos perdido en la zona central de Chile. Eso contribuye también a buscar formas boscosas que sean más resilientes.

“Estas catástrofes que hoy son un incendio, mañana pueden ser sequía, en un año más pueden ser inundaciones o terremotos, erupciones volcánicas. Estamos afectos a agentes de disturbio natural que son influidos por la acción del hombre y que modifican el paisaje. El desafío es crear bosques que se recuperen más rápidamente o se vean menos influidos por el efecto de este agente que es el ser humano”, completa.


AUTOR: La Nación
FUENTE: Carlos Salazar
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