El actor chileno radicado en Argentina se encuentra de paso en Santiago para presentar este viernes la cinta “La Frontera” del fallecido Ricardo Larraín en el festival de la Cineteca Nacional “Chile en Primer Plano”. En conversación con La Nación se refiere a las nuevas fronteras en que el ciudadano vive relegado y las lecciones vigentes de películas de hace cinco décadas.

“El frío que chupaba esa mañana ahí en el agua y uno en pelota ahí”, dice Patricio Contreras pasando el dedo sobre una pieza gráfica del presskit de “La Frontera” rescatada por la Cineteca Nacional. Ahí se ve al profesor Ramiro Orellana, un exiliado en su propio país, purificándose en las gélidas aguas del mar de Puerto Saavedra. “Había un acantilado desde donde la gente miraba como rodaban y yo tenía mucha vergüenza”, recuerda sobre la película de 1991 del fallecido Ricardo Larraín.

“Chile en primer plano” se denomina el Festival de la Cineteca Nacional que, en su séptima versión, tiene a Contreras como maestro de ceremonias de una serie de encuentros y foros donde se referirá a esta y otras piezas capitales del cine nacional, con un acento en el trabajo de Larraín de quien también se muestran “El Entusiasmo” (1998), “Pasos de baile” (2000), “Niño rojo (2014) y “Esencial. Inti –Illimani Histórico” (2006) hasta el 30 de enero. Entre las películas seleccionadas se encuentran algunas menos vistas de su etapa de estudiante como “La hora del sereno”, codirigida con Vivienne Barry, lo que fuera el piloto para televisión que dio origen a “Tata Colores”.

Contreras viene de hacer teatro en Argentina. Un musical sobre Yiya Murano, más conocida como “la envenenadora de Monserrat”, una asesina serial que mató a las amigas a las que debía el dinero que se gastó saliendo de fiesta y cuya historia colorida y macabra tiene el tono justo para convertirse en una comedia, cree el actor. “Es un personaje emblemático de la especulación financiera y el crimen con lecturas muy actuales. Se transformó en un ícono de la época sobre la impiedad del matar en momentos en que las dictaduras campeaban y se pasaban muchas pasadas de cuenta disfrazadas de crímenes políticos”, sostiene. “Yo tenía el rol del marido que era un cornudo insigne, pero la historia es fascinante desde muchos aspectos”, describe.

Destaca otras obras recientes como la cinta “Operación Mexico”, basada en el relato de Rafael Bielsa, “sobre un campo de concentración en Rosario donde tenían a los montoneros casi veraneando con la idea de quebrarlos y trabajarlos desde otro punto de vista. Es una historia real y muy atractiva que habla de cómo los cineastas jóvenes tratan temas históricos y recurren a la reminiscencia con una mirada nueva sobre personajes que de otra manera serían historia para ellos”, dice.

– Le ha tocado vivir ese paso desde el análogo al digital y conocer de cerca la obra de autores jóvenes también. ¿Qué se ha ganado y perdido en ese proceso?
– Creo que el digital enriquece la expresión artística, favorece al análogo, el lenguaje del cine, pero también la tontería porque como es más fácil filmar hay mucho grado de experimentación, mucha ópera prima también. Pero mientras haya actividad en lo cinematográfico, en la música, el diseño, el teatro y la poesía que están asumiendo los jóvenes con mucho entusiasmo, esos millares de tropas haciendo una actividad humana extraordinaria con posibilidades de ser creativos va a haber de todo: también de los que solo quieren ser famosos o levantarse minas. Lo que sea. Si una obra sacude la expresión artística, me parece meritorio. Sobre todo la particular explosión de directoras de cine con esa mirada de mujer y la singularidad correspondiente.

– La muestra de la Cineteca reúne obras de visionarios como Ricardo Larraín y Raúl Ruiz. ¿Qué discursos cree usted que se han diluido en nuevas audiencias que se acercan por primera vez a relatos como “La Frontera” o “Tres tristes tigres”?
– Me gustaría estar en la cabeza de esos jóvenes que las ven por primera vez. Cuando mencionas dos películas emblemáticas como “Tres tristes tigres” y “La frontera”, creo que ambas tienen lo bueno de lo que se valora con el tiempo y como testimonio para estas generaciones sobre expresiones que hablan de Chile, de nuestra sociedad, pero de una forma muy sofisticada. Con una onda que no es de panfletos ni de películas orientadas desde lo ideológico. Recuerdo también la insoslayable “El Chacal de Nahueltoro”, de Miguel Littin. Todas son películas de mucha profundidad, mucha hondura de lo que es nuestra sociedad hoy también.



“‘Tres tristes tigres’ me sigue deslumbrando. La vi de nuevo hace poco. Descubrí que soy uno de los 17.771 espectadores que vio esa película en las salas chilenas para su estreno en 1968. Publicaron esa cifra capicúa que nunca olvidé y llegué a la conclusión de que yo soy ese 1: pagué mi entrada, estaba recién interesándome en la actuación y recuerdo que fui el único de mi familia que se interesó en verla. Estaba muy orgulloso de que se hicieran películas de ese nivel. Cuando llegué a Argentina, en 1975, la gente de lo único que me hablaba como chileno era de Raúl Ruiz y de los “Tres tristes tigres”, que allá se dio en el Auditorio Kraft, de calle Florida, y que conmovió durante muchas semanas a espectadores, actores y directores”, remarca.

– Personajes como el profesor chucheta Jorge, de “Sexo con amor”, o Perico Retamal, de “Cachimba”, tienen en común ese chileno que sabe donde está perdiendo pero prefiere reclamar para callado.
– Claro, que tiene ínfulas de yupi, que está influenciado por la figura emblemática de los brokers neoyorquinos y que se calza su traje corbata y un lenguaje de tecnócrata en el caso de “Cachimba”. Ese fue un personaje que gocé mucho haciéndolo, es muy de la transición con esa cosa aspiracionista que cada vez es más acentuada. También habla de un nuevo fenómeno social que se da en Chile que es ese modelo del nuevo hombre de negocios… el tipo que especula y trabaja con intangibles, con la computadora y moviendo dinero que hay en la nube afectando lo tangible. La del profesor de “Sexo con amor” fue una temática más descontracturada que hablaba de un destape chileno respecto a ciertos tabús.



– Cuando nos dicen que las dictaduras ya no existen, ¿cuáles cree que son las fronteras en las que el ciudadano común se ve relegado o prisionero hoy?
-Pienso que Foucault y sus ideas sobre el sometimiento de la sociedad adquieren cada vez mayor vigencia. La imagen del Gran Hermano de Orwell también es algo que está campeando. Hoy los golpes de Estado en América Latina al menos son de guante blanco, promovidos desde la prensa y los sectores conservadores de la justicia que han sido concebidos para defender los intereses de la aristocracia. Están puestos ahí para eso, más alla de la excepción de muchos buenos jueces, pero esas corporaciones -la judicial, la de las comunicaciones- son los nuevos dictadores sin bototos.

“El sometimiento de hoy es la domesticación de la gente a través de esos medios, la lectura de lo que existe y lo que no, lo que ocurre y lo que no. Lo vemos a diario, porque no publican las noticias de cosas que realmente conmueven a la sociedad, pero sí las que nos distraen con pelotudeces con alacranes, dengues, pestes, crímenes, abusando mucho de la difusión. Metiéndonos miedo, enrejándonos en nuestras casas a través de canales dedicados a la persecución de delincuentes, a mostrar la vida de los dealers del mundo de la droga… hay todo un trabajo sobre el melón nuestro, sobre nuestras cabezas para para asustarnos. Y en ese nuevo sometimiento todos somos rehenes en un gran Estadio Nacional, prisioneros.

-Prisioneros o relegados como el profesor Ramiro…
-Sí señor, así estamos. Dan ganas de calzarse las zapatillas y salir a tirar piedras.

►Patricio Contreras en acción: el recordado Jorge de Sexo con Amor

►Perico Retamal, en “Cachimba”