La ciencia ficción, contrario a lo que muchos piensan, no habla del futuro. Ante todo habla del presente. Hace una lectura del ahora y proyecta en sus historias un posible futuro, a veces realiza una advertencia o aviso de hacia donde vamos. Este género, es ante todo, reflexivo, filosófico.
Cuestión explícita por ejemplo en el texto “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick, el que se llevó a la pantalla con el nombre de “Blade Runner” (1982). Ahí el autor aventuraba a mostrarnos un futuro donde las máquinas eran cada vez más humanas y, por el contrario, el humano cada vez más máquina. Allí se exponía el delgado límite que nos separaba de esos “replicantes” con cuestionamientos y existencialismo propio, con el industrial pensamiento del humano.
Isaac Asimov también hizo lo suyo hablando de ciencia ficción (y tal vez más que nadie) en su vasta obra. Redactó las tres leyes de la robótica: normativa que establece los límites que debe tener un robot para con el ser humano, y donde se explicita que lo principal es que este no puede dañar a las personas.
Esto abrió todo un mundo de preguntas, de cuestionamientos sobre qué puede quebrar esas leyes, cuándo sabemos que es el ser humano el que más daño hace a su especie.¿Qué podría hacer un robot para cuidar al humano de sí mismo? ¿Esclavizarlo?.
De esas historias han pasado tiempo. Lo increíble es que cuando se escribieron, todo aquello sobre la Inteligencia Artificial (IA), era algo lejano, especulativo, un anhelo del imaginario de los escritores, o sea: ciencia ficción.
Pero en julio del 2017, nos enterábamos que Facebook había tenido que desactivar su IA porque esta había creado un idioma propio: “Estábamos en el futuro”.
En este marco, Jorge Román, escritor chileno, profesor de talleres literarios y colaborador de Etilmercurio, escribe “Afrodita no pinta al amanecer”, editado por Triada Ediciones.
Se trata de una historia protagonizada por Ulises, un joven poeta que vive en una hacienda a las afueras de la ciudad, quien roba una muñeca afrodita, la que es un tipo de inteligencia artificial creada para dar placer. Esto traerá consecuencias en su núcleo más íntimo, tanto para su hermana Luca, como para una ejecutiva a cargo de la fabricación de estos robots con IA, y una dupla de detectives. Pero sobre repercutirá en Dione, la muñeca afrodita, que tendrá sus propias dudas sobre su rol.
“El mundo está loco, Dione. Sería todo tan sencillo si los humanos tuviesen un objetivo en su vida, como yo. Por eso me siento feliz. Solo cumplo con mi deber: darle placer a mi humano. Con eso, me siento completa. No necesito ser libre”, le dice una muñeca afrodita a la existencialista Dione.
El texto aborda de lleno sobre lo que son las relaciones, o mejor dicho, lo que es relacionarnos, lo que deja de ser simple y humana, en un contexto donde un robot puede ser programado para satisfacer sexual y afectivamente a las personas. Algo que inmediatamente nos lleva a plantearnos si eso es posible, o, si lo afectivo es propiamente humano.
Interrogante plenamente atingente ya que no es la “inteligencia” lo que hoy nos sorprende de un robot o software, sino, por ejemplo, la forma en que una aplicación a base de algoritmos puede establecer una cita o emparejamiento con alguien basado en los datos que uno le aporta a dicha aplicación. Entender eso, darnos cuenta que las IA no solamente serán “robots de servicio”, sino serán los encargados de regir nuestras “decisiones humanas y afectivas”, hace del texto de Jorge Román, un adelanto a ese diálogo y un logro en la ciencia ficción.
Las dimensiones de cómo se puede revisar este libro son amplias. Tanto por lo mencionado, pero también por lo que ofrece en cuanto a poética, lo complejo de sus personajes, y el Chile retratado en un futuro distópico lleno de fracturas sociales. Por ello cabe destacar que esta publicación es de septiembre del año 2019. Cuestión importante si vemos que el libro hace un cierto alcance con lo vivido en octubre, y son mucha veces las narrativas y el arte, el primero en advertir lo que nos va a acontecer.
La forma en que este título habla sobre lo afectivo, es destacable. Sin caer en clichés, hace al lector reflexionar sobre el inminente cambio de paradigma que tendrán las relaciones en el futuro, pero, sin dejar de ser un título de ciencia ficción atrapante, con todos los tópicos y estéticas que ofrece el género.
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Cuestión explícita por ejemplo en el texto “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick, el que se llevó a la pantalla con el nombre de “Blade Runner” (1982). Ahí el autor aventuraba a mostrarnos un futuro donde las máquinas eran cada vez más humanas y, por el contrario, el humano cada vez más máquina. Allí se exponía el delgado límite que nos separaba de esos “replicantes” con cuestionamientos y existencialismo propio, con el industrial pensamiento del humano.
Isaac Asimov también hizo lo suyo hablando de ciencia ficción (y tal vez más que nadie) en su vasta obra. Redactó las tres leyes de la robótica: normativa que establece los límites que debe tener un robot para con el ser humano, y donde se explicita que lo principal es que este no puede dañar a las personas.
Esto abrió todo un mundo de preguntas, de cuestionamientos sobre qué puede quebrar esas leyes, cuándo sabemos que es el ser humano el que más daño hace a su especie.¿Qué podría hacer un robot para cuidar al humano de sí mismo? ¿Esclavizarlo?.
De esas historias han pasado tiempo. Lo increíble es que cuando se escribieron, todo aquello sobre la Inteligencia Artificial (IA), era algo lejano, especulativo, un anhelo del imaginario de los escritores, o sea: ciencia ficción.
Pero en julio del 2017, nos enterábamos que Facebook había tenido que desactivar su IA porque esta había creado un idioma propio: “Estábamos en el futuro”.
En este marco, Jorge Román, escritor chileno, profesor de talleres literarios y colaborador de Etilmercurio, escribe “Afrodita no pinta al amanecer”, editado por Triada Ediciones.
Se trata de una historia protagonizada por Ulises, un joven poeta que vive en una hacienda a las afueras de la ciudad, quien roba una muñeca afrodita, la que es un tipo de inteligencia artificial creada para dar placer. Esto traerá consecuencias en su núcleo más íntimo, tanto para su hermana Luca, como para una ejecutiva a cargo de la fabricación de estos robots con IA, y una dupla de detectives. Pero sobre repercutirá en Dione, la muñeca afrodita, que tendrá sus propias dudas sobre su rol.
“El mundo está loco, Dione. Sería todo tan sencillo si los humanos tuviesen un objetivo en su vida, como yo. Por eso me siento feliz. Solo cumplo con mi deber: darle placer a mi humano. Con eso, me siento completa. No necesito ser libre”, le dice una muñeca afrodita a la existencialista Dione.
El texto aborda de lleno sobre lo que son las relaciones, o mejor dicho, lo que es relacionarnos, lo que deja de ser simple y humana, en un contexto donde un robot puede ser programado para satisfacer sexual y afectivamente a las personas. Algo que inmediatamente nos lleva a plantearnos si eso es posible, o, si lo afectivo es propiamente humano.
Interrogante plenamente atingente ya que no es la “inteligencia” lo que hoy nos sorprende de un robot o software, sino, por ejemplo, la forma en que una aplicación a base de algoritmos puede establecer una cita o emparejamiento con alguien basado en los datos que uno le aporta a dicha aplicación. Entender eso, darnos cuenta que las IA no solamente serán “robots de servicio”, sino serán los encargados de regir nuestras “decisiones humanas y afectivas”, hace del texto de Jorge Román, un adelanto a ese diálogo y un logro en la ciencia ficción.
Las dimensiones de cómo se puede revisar este libro son amplias. Tanto por lo mencionado, pero también por lo que ofrece en cuanto a poética, lo complejo de sus personajes, y el Chile retratado en un futuro distópico lleno de fracturas sociales. Por ello cabe destacar que esta publicación es de septiembre del año 2019. Cuestión importante si vemos que el libro hace un cierto alcance con lo vivido en octubre, y son mucha veces las narrativas y el arte, el primero en advertir lo que nos va a acontecer.
La forma en que este título habla sobre lo afectivo, es destacable. Sin caer en clichés, hace al lector reflexionar sobre el inminente cambio de paradigma que tendrán las relaciones en el futuro, pero, sin dejar de ser un título de ciencia ficción atrapante, con todos los tópicos y estéticas que ofrece el género.
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