El sacerdote Mariano Puga se refirió, a través de una carta, se refirió a la crisis social que afecta al país.
El texto, llamado “¡El despertar no tiene que morir nunca más!”, fue compartido por el Comité de Defensa y Promoción de Derechos Humanos de la Legua.
“Despierto en la mañana y lo primero que me encuentro es con la parálisis política que da cuenta de falta de liderazgo. Discursos fomes, repetitivos, sin creatividad y estúpidos. Somos dictadura y prisioneros de Pinochet, prisioneros de nosotros mismos, de nuestras propias prisiones, de nuestros propios odios (…) Ese pueblo tiene el derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido, habrá que preguntarse ¿¡Qué cariño le hemos tenido, qué hogar les hemos brindado!?
¿Qué amor les hemos dado? ¿Qué he hecho yo por afectar para mejor sus vidas?
Piñera no entiende lo que está detrás del clamor de la gente, él y muchos como él, no pueden entender el despertar del pueblo, no entiende que las leyes que sostienen el sistema social, de salud, de trabajo, de previsión es excluyente, egoísta, inhumano (…) La revolución no se hace con los poderosos, sino con aquellos que hacen suya la causa de los sin poder y ésos nos faltan hoy. No veo cómo este sistema los va a producir, más bien al revés, el sistema toma a los sin poder y los transforma en los adoradores del modelo de consumo.
Y la iglesia apenas musita declaraciones, la iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyo sus gritos y gemidos, han perdido credibilidad porque hemos escandalizado a nuestro pueblo, le hemos dañado y mentido y ahora estamos en exilio en nuestra propia tierra, encerrados y exiliados en nuestra propia iglesia. Como decía Violeta ¿Qué dirá el santo padre? El proyecto no era de los hombres, era de Dios. La iglesia no es capaz de estar en sintonía con las demandas del pueblo porque dejo de ser pueblo, no entendemos a la gente ni a Jesús, más bien lo sacrificamos, lo destruimos, lo deshumanizamos, lo pisoteamos y lo transformamos en un rito de muertos, de misas convencionales, de ritos justificadores.
Qué soledad más increíble me embarga. Esta soledad no se soluciona ni con ansiolíticos, es la soledad de Jesús que grita “padre porque me has abandonado” es la soledad de los discípulos que también lo van a abandonar. Hoy leí “el llamado de Jesús” ese que dice comparte lo que tienes y parte a la misión. Qué miedo más grande, perderlo todo, perderme yo para que otros vivan (…).
Y me vuelvo a mí y me pregunto qué significa darme por entero. Anda Mariano, me dice Jesús, véndete, entrégate a los demás, sé mi colaborador, aunque nadie te entienda, aunque ni Dios sienta que está contigo, no me atrevo si quiera pedirte algo Señor, pero yo sé que todos vamos a pasar por ahí. En esto, empecé a ponerme creativo y entonces si pudiera estar ahí entre la gente que está levantando su voz y poniendo el cuerpo, levantaría una tarima en plaza Italia, agarraría a todos los acordeonistas y guitarristas e invitaría a bailar a la gente, a hacer de esa plaza un gran centro de baile en donde cada una y uno pueda mirar pal lado e invitar a otros que nunca han cantado, que nunca ha reído.
¿A quién invitarías a bailar tú? A mí me gustaría sacar a los paralíticos, a los ciegos, a los cabros volaos o alcoholizados, a los esquizofrénicos, a los negados en su condición u opción de vida, a los postergados y olvidados, a los que deben taparse la cara para contribuir con su cuota de violencia. Me gustaría invitarles a ellas y a ellos. Están tan cerca de nosotros y los despreciamos y nunca nadie les ha preguntado porqué de su vida o quiénes son. Transformaríamos la plaza en una fiesta donde nos tomaríamos de la mano con los que son pisoteados y haríamos de Chile, al menos por un rato, un baile chilote.
Quiero olvidarme de mí, de mi comida y de mis prioridades, de mis gustos y pertenencias, quiero olvidarme de mi yo. Solo para que el otro pueda tener lo que le hace feliz, tener lo que no tiene. Olvidarme de la imagen, de la falsa imagen de Jesús y poder producir lo que él dice “el que come y bebe conmigo es un hombre y mujer nuevo”. Estoy seguro de que la vida en Jesús sana, renueva, libera y que él no quiere ni necesita beatas ni beatos”.