Juan Cristóbal Peña es uno de los cronistas más destacados del periodismo narrativo chileno. Ha escrito sobre el poder, la memoria, el crimen político y las zonas grises de la historia reciente. Su libro Letras torcidas: Un perfil de Mariana Callejas (Ediciones UDP, 2025) se adentra en la vida contradictoria y perturbadora de una mujer que fue agente del aparato represivo de la dictadura de Pinochet y, al mismo tiempo, escritora, animadora cultural y anfitriona de un célebre taller literario en una casa que también funcionaba como cuartel de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).
El libro ha tenido una amplia repercusión: recibió el Premio del Círculo de Críticos de Chile al mejor libro de crónica del año, y el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad de Chile como mejor libro periodístico. Ha sido publicado en Argentina y Uruguay, será traducido al portugués en Brasil, y existen planes para una edición en España. La figura de Callejas, compleja y provocadora, ha reabierto un debate sobre los vínculos entre dictadura y cultura, especialmente sobre el campo literario que floreció en los márgenes del terror de Estado.
Peña conversó con el diario La Nación sobre el proceso de escritura, los hallazgos de la investigación, la relación entre literatura y represión, y la paradoja de una mujer que escribía cuentos compasivos sobre guerrilleros de izquierda mientras participaba activamente en el terrorismo de Estado. Este diálogo muestra pliegues éticos, narrativos y políticos que recorren tanto el libro como la figura de Mariana Callejas (1932-2016).
¿Por qué abordar la dictadura desde el campo cultural y literario?
-Me interesa mucho ese espacio pantanoso donde confluyen poder, cultura y represión. Es un terreno que también exploró Bolaño, por ejemplo en Nocturno de Chile o Literatura nazi en América. Ahí se revelan zonas ocultas de la dictadura, desde donde también se intentó construir una identidad que reivindicara sus valores. No me interesa escribir libros de épica ni de resistencia heroica. Me interesa retratar el poder desde sus pliegues más oscuros, desde espacios pretendidamente culturales, donde también operó el mal.
¿Crees que se ha comprendido la influencia de Callejas en la narrativa chilena?
-Todavía no del todo. Antes de este libro no había una biografía sobre ella ni se habían trazado conexiones entre el taller literario que animó y ciertos autores de la nueva narrativa chilena. Esas conexiones permiten entender que parte del campo cultural de los 70 no solo fue de resistencia, sino también de colaboración y cooptación. El taller en Lo Curro no fue solo un espacio de escritura, sino también un cuartel operativo de la DINA. Desde ahí se gestaron vínculos y tensiones que impactaron más allá de esa década.
MARIANA CALLEJAS: PERFIL DE UNA VIDA ENTRE TRES HEBRAS
¿Qué te llevó a abordar a este personaje?
-Hay algo perturbadoramente atractivo en Callejas. Es un personaje donde confluyen crimen y literatura. Desde su casa-cuartel albergó a buena parte de la intelectualidad que no se exilió durante la dictadura. Fue una animadora cultural activa, con presencia en talleres, exposiciones, galerías y centros culturales. Al mismo tiempo, era agente de la DINA de primer nivel, cómplice de operaciones internacionales junto a su marido Michael Townley.
¿Cómo abordaste esa complejidad?
-La clave fue pensarla desde tres hebras que se entrelazan: su vida pública como escritora y anfitriona cultural; su vida privada como agente de inteligencia; y su vida íntima, marcada por lo doméstico, donde criaba a sus hijos en una casa que era un cuartel operativo. Ella no vivía estas dimensiones por separado: las integró en su cotidianidad. Esa superposición no es una estrategia literaria; era su vida real.
¿Y cómo retratar su humanidad sin blanquear su figura?
-No se trata de justificarla ni de exculparla. Pero sí de reconocer, como decía Hannah Arendt con Adolf Eichmann, que el mal no siempre tiene forma monstruosa. Callejas podía ser cruel, pero también una gran anfitriona, una amiga leal, alguien divertida. Me interesaba construir un retrato donde esa banalidad del mal se hiciera evidente, sin que por eso el lector deje de ver su dimensión criminal. Mostrar sus claroscuros, pero desde un punto de vista claro.
INVESTIGACIÓN, ACCESO Y HALLAZGOS
¿Fue difícil acceder a las fuentes?
-Sí, hubo resistencias. Algunos intelectuales que pasaron por su taller han evitado el tema, lo han enfrentado con incomodidad o han hecho fintas para tomar distancia. Pero logré hablar con muchos, incluidos quienes fueron una sola vez y sintieron algo extraño. La verdad es que casi todos los artistas que vivieron en Chile durante la dictadura pasaron por esa casa alguna vez. Fue un espacio cultural visible y activo, pero también incómodo de recordar.
¿Qué descubriste que te sorprendió?
-Muchas cosas. Aunque en 2003 ya había hecho una serie sobre ella, ahora entendí mucho más. Descubrí cómo se vivía en esa casa, cuánto sabían sus hijos, qué percibían los visitantes. También logré rastrear sus motivaciones para entrar a la DINA: no había una convicción ideológica sólida, sino necesidad económica y deseo de aventura. Además, sus mejores cuentos, los más compasivos y complejos, los escribió siendo agente. Esos textos retratan guerrilleros de izquierda desde una mirada empática, casi como si fueran escritos por alguien de ese mismo mundo. Es uno de los aspectos más perturbadores del libro.
LITERATURA, AUTOPERCEPCIÓN Y ESPEJOS NARRATIVOS
¿Cómo era conversar con ella? ¿Hablaba de literatura?
-Sí, le encantaba hablar de literatura, pero sobre todo de la suya. Era su autora favorita. Tenía un alto concepto de sí misma, y mucho resentimiento por el poco reconocimiento que sentía haber recibido. También hablaba de Borges, de Wagner, de novelas de espías. Pero su verdadero tema era ella misma y su obra, su cancelación, su rencor disfrazado de indiferencia. Hablaba mal de muchos otros escritores, incluso de amigos cercanos.
¿Hay un vínculo entre su literatura y su vida?
-Sí. Es muy fuerte notar que Mariana Callejas termina siendo un personaje de sus propios cuentos. Esos relatos sobre seres solitarios, marginales, abandonados —especialmente ambientados en Nueva York— parecen escritos desde una proyección íntima. Hay una dimensión especular entre su obra y su vida, que se acentúa hacia el final
Al parecer uno de los hilos que recorre el libro es la soledad. ¿Lo ves así también?
-Totalmente. Su hijo mayor lo mencionó: Mariana siempre necesitó validación y compañía. Después de que se expone su rol como agente, queda sola. Ni los opositores ni los simpatizantes de la dictadura la aceptan. Ella intenta demostrar que no le afecta, pero hay escenas devastadoras, como cuando es desalojada bajo la lluvia de su casa en Lo Curro y sus pertenencias quedan apiladas en la berma. Siempre le daba un giro positivo a esas derrotas, como si fueran decisiones conscientes. Pero la soledad está presente desde el inicio hasta el final de su historia.
PROYECTOS FUTUROS
¿En qué estás trabajando ahora?
-Va a salir un perfil de Jorge González, originalmente escrito para el libro Ídolos editado por Leila Guerriero. Será publicado como libro único en la colección de perfiles de Ediciones UDP. También estoy pensando en un perfil sobre Álvaro Puga y en una novela relacionada con la música sound tropical chilena. Nada que ver con dictadura esta vez; estoy intentando escribir desde otro lugar.