Andrea Pinto Vergara, profesora del Departamento de Matemática y Ciencia de la Computación de la Universidad de Santiago de Chile, Doctoranda en Educación.
Diciembre siempre llega con prisas. Llega con pendientes, con evaluaciones, con actos, con cansancio acumulado. Con niños y niñas que ya no caben en su uniforme, con docentes que caminan más lento que en marzo, pero con el mismo amor por enseñar.
Es también época de balances. De mirar el año con los ojos del alma, de recordar lo que se logró y lo que no alcanzamos. De sentir orgullo por lo vivido y también por lo que costó demasiado e incluso por los fracasos (de ellos algo aprendimos).
Aunque para muchos, diciembre se ha vuelto sinónimo de estrés, cierres y sobrecarga, quizás ahora es momento de resignificarlo. De transformarlo en un tiempo para decir gracias, desde el corazón.
La palabra gracias proviene del latín gratia, que significa favor, estima o reconocimiento. Decir “gracias” no es solo cortesía: es un acto profundo de reconocimiento. Es ver al otro. Es decirle: “Te vi”, “te valoro”, “lo que hiciste tiene sentido para mí”.
En las entrevistas que he realizado a profesores y profesoras, producto de mi investigación doctoral sobre ansiedad docente, ha aparecido con fuerza una frase que se repite una y otra vez: “Nadie agradece lo que hacemos, aunque no lo hacemos por las gracias, pero un gracias pucha que es importante”, “nadie ve nuestro esfuerzo”… Duele escucharlo. Porque detrás de cada clase, hay horas de planificación; detrás de cada corrección, hay compromiso; detrás de cada palabra de aliento a un niño, hay una decisión consciente de poner el corazón al centro.
Muchas veces a los y las profesoras se les exige todo. Que contengan, que enseñen, que escuchen, que calmen, que inventen, que resuelvan. Pero, ¿quién les da las gracias?
Recordemos que este año se conoció una cifra alarmante: casi 23 mil profesores jóvenes han abandonado el sistema educativo. Y mientras discutimos sobre aumentos de puntaje para ingresar a pedagogía, sobre reformas necesarias o pendientes, lo cierto es que estamos perdiendo a quienes sostienen la escuela. A quienes, con su presencia cotidiana, su voz en la sala, su mirada en el recreo, construyen presente y futuro. Pues, un país que no valora a quienes enseñan es un país que se olvida de sí mismo.
Así que, antes de cerrar este año, te invito a detenerte un momento. A mirar a los ojos a ese o esa profesora que acompañó a tu hija, a tu hijo, que estuvo en tus clases, que sigue enseñando con las pocas fuerzas que le quedan. Y dile gracias.
Que no se nos olvide nunca que un “gracias” puede cambiar el día, puede aliviar el alma, puede recordarle a un docente por qué eligió esta vocación… y por supuesto, si tienes un hijo o una hija dale las gracias por todo lo que logró y lo que no logró también, ya comenzará un nuevo año y una nueva oportunidad.

Andrea Pinto Vergara, profesora del Departamento de Matemática y Ciencia de la Computación de la Universidad de Santiago de Chile, Doctoranda en Educación.