Epifanía es mirar con asombro algo que siempre estuvo, pero que no fuimos capaces de notar. Hace un poco más de un año el Papa Francisco visitó la cárcel de mujeres y con ese acto iluminó por el breve espacio de su visita una realidad que siempre ha estado ahí, pero que no siempre queremos ver. Fue el instante de la epifanía de las marginadas. Tras su partida, parecía ser que algo había cambiado y que los tomadores de decisión asumirían con urgencia el llamado a hacer de la reinserción un espacio de justicia.
Las mujeres que llegan a la cárcel, no solo han delinquido por factores personales o modelos familiares equivocados, muchas de ellas han vivido experiencias de vulneración y exclusión que se relacionan con su condición de mujeres. Así lo demostró un estudio realizado por la Universidad Católica, Fundación San Carlos de Maipo y Fundación Colunga, donde analizaron los procesos de reinserción femenina que sale de los recintos penitenciarios. El informe muestra que las mujeres han pasado por situaciones de exclusión social muy graves antes de llegar a la cárcel: un 62% de ellas reporta haber sufrido maltrato de algún tipo en su infancia, un 69% reporta haber sufrido maltrato físico o sexual por parte de una pareja.
Las cifras son elocuentes y demuestran cómo en el caso de estas mujeres, muchas veces se puede vivir peor que en la cárcel. Cuando cumplen su condena, aún llenas de esperanzas de la reunificación familiar, a las exigencias de mantener el hogar se suman las demandas que reciben como madre, hija y/o pareja. A las difíciles condiciones de base que enfrentan para trabajar (83% es desertora escolar, un 30% no tiene experiencia laboral alguna), deben enfrentar la complejidad de tener antecedentes penales manchados y el difícil proceso de omitirlos o eliminarlos, paso que se transforma en una pena accesoria, agravando su ya difícil acceso a una vida honesta, con un trabajo formal.
Por esta razón es que no se entiende que la política pública no imprima sentido de urgencia a las necesidades de este grupo de mujeres, no se entiende que no se avance en definir un modelo postpenitenciario de acuerdo a sus necesidades específicas y no de acuerdo al modelo dominante de la población penal masculina cuyo eje es el laboral.
Las mujeres necesitan resolver su situación familiar, el cuidado de sus hijos, el sentirse capaces y sujetas de derecho, antes incluso que encontrar trabajo. Las experiencias que no comprenden este conjunto de necesidades, no logran hacer sostenible los procesos de inserción de mujeres.
Que este 8 de Marzo sea la epifanía de las marginadas, que se ilumine desde el oscuro lugar en que han sido olvidadas, que no sea una visita o una historia en la televisión la que mueva nuestras conciencias, hagamos visible esta realidad para que la política pública responda y terminen pasando al olvido.
• Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo.