Los días de celebración en la casa de Pablo Neruda eran siempre inolvidables. Fuera en su residencia de Isla Negra o en la de Valparaíso, al poeta le gustaba compartir con sus amigos la abundante bebida y la buena mesa, y agasajarlos, a veces, con algunas de sus últimas creaciones, las que no se limitaba solo a recitar, sino también a regalar. Eran papelitos que parecían a simple vista insignificantes, pero que guardaban el gran tesoro que es hasta hoy la voz del poeta.
Uno de ellos, que se pensó destruido para siempre tras el golpe de Estado de 1973, apareció en julio pasado, luego de la muerte de su propietaria, Perla Grinblatt, antigua amiga del poeta, junto a su esposo, el abogado Sergio Teiltelboim, hermano de Volodia, el escritor.
“Mis papás eran muy cercanos a Neruda, por ser del Partido Comunista y también porque pertenecían a un grupo de teatral fundado por Pedro de la Barra, era una amistad política y cultural. Ellos vivieron en Viña hasta el año 65 y solían ir a las comidas y fiestas que Neruda realizaba en su casa de La Sebastiana o en el Cap Ducal, que siempre eran muy entretenidas y con disfraces y a las que también íbamos nosotras que éramos unas niñas”, cuenta Patricia Teitelboim una de las hijas del matrimonio.
Añade que “Neruda les regaló montones de poemas a mis papás, al menos 15 según recuerdo, pero después del golpe la casa fue varias veces allanada por los militares y ellos prefirieron destruirlo todo. Pensamos que no quedaba ninguno, hasta que mi hermana encontró este manuscrito”.
Se trata de Sangre de toro, un soneto mecanografiado (mecanuscrito) y firmado por el mismo poeta en 1965, que sería la versión preliminar del publicado en el libro Comiendo en Hungría de 1969 y que fuera compuesto a dos manos junto al poeta guatemalteco y también Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, durante un viaje que ambos hicieran con sus esposas por Budapest. El verso hace honor, nuevamente, a la pasión de Neruda por la comida y la bebida tomando su nombre de un famoso vino tinto húngaro. “Robusto vino, tu familia/ no llevaba diademas ni diamantes/ sangre y sudor pusieron en su frente/ una rosa de púrpura fragante”, es el primer párrafo de cuatro que compone el soneto.
“Es un soneto aparentemente modesto, pero lo cierto es que conservar cualquier manuscrito de Neruda es guardar una joya. El sigue siendo uno de las grandes voces líricas en el concierto de la literatura mundial, aunque a veces la estupidez chilena lo desconozca”, comenta el ensayista Grínor Rojo, director del Centro Estudios Culturales Latinoamericanos (Cecla) de la Universidad de Chile, estudioso de la obra del Nobel y quien hará una presentación del poema en la ceremonia de donación del mecanuscrito -que presidirá la directora del Archivo Central Andrés Bello, Alejandra Araya- este miércoles 23 de septiembre, a las 16 horas, día en que también se cumplen 47 años de la muerte del autor de Canto general.
“Sangre de toro tiene la gracia de que es evidencia original de la reunión de dos de los más grandes poetas de América Latina, Pablo Neruda y Miguel Angel Asturias, a pocos años de que ambos ganaran el Nobel, el chileno en 1971 y el guatemalteco en 1967. En ese sentido tiene también una lectura de orden general, en el que insisten estar comiendo y bebiendo no solos, sino que con todo el pueblo latinoamericano”, apunta Grínor Rojo.
El rector Ennio Vivaldi sostiene que “agradecemos profundamente esta donación de la familia Teitelboim. Lo hacemos en nombre del país y de nuestra Universidad de Chile, institución pública y comprometida con el bien común. Además, depositaria de una historia y de una tradición de las artes en Chile a través de sus Facultades, sus museos, sus elencos estables, y, notablemente, de su Archivo Central Andrés Bello, el que hoy se congratula de recibir esta donación. Resguardaremos este mecanuscrito, lo pondremos en valor y lo ofreceremos a nuevas generaciones, cumpliendo nuestro rol patrimonial”.
De esta forma, el mecanuscrito Sangre de Toro se une al gran acervo que conserva la Universidad de Chile de la obra del Nobel chileno, la que él mismo comenzara a donar en vida a inicios de los años 50 y que incluye libros, caracolas, discos y otros documentos hemerográficos.
HALLAZGOS INESPERADOS
Marcia Teitelboim Grinblatt es la menor de las tres hijas, junto a Patricia y Berta, del matrimonio de Sergio Teiltelboim y Perla Grinblatt, y fue quien encontró el manuscrito tras la muerte de su madre, el pasado 14 de julio, a los 94 años.
“Comencé a ordenar sus pertenencias y en una caja plástica encontré un montón de recuerdos: fotografías familiares, el título de mi papá de Derecho de la U. de Chile, medallas de su militancia en el Partido Comunista y de pronto veo este papelito doblado que para mi fue muy sorprendente”, cuenta la doctora egresada también de la Casa de Bello.
Pero no fue el único tesoro relativo a Neruda que apareció. Marcia también halló una invitación de 1961 a la inauguración de La Sebastiana, la casa en Valparaíso, y una sentida carta de puño y letra del poeta, escrita desde París y fechada el 5 de noviembre de 1965, que le escribe a Sergio Teitelboim, tras la muerte de su hermano Miguel en un accidente automovilístico. “Decidimos conservar la carta porque es un recuerdo familiar, pero la invitación también será entregada a la U. de Chile, que ha estado siempre vinculada a nuestra historia y valores”, explica Marcia.
Mientras que Patricia comenta sus recuerdos y los de sus padres en La Sebastiana.
“Mis papás también eran muy amigos del doctor Francisco Velasco y su esposa la muralista María Martner quienes fueron los que convencieron a Neruda de construir su casa en el segundo piso de La Sebastiana, mientras ellos vivían en el primero. Nuestros papás nos llevaban a las fiestas, todos íbamos disfrazados y lo pasábamos regio. A mí me llamaban la atención las cosas que había en su casa, que eran totalmente distintas a las que habían en mi casa y en las casas a las que yo iba, era un coleccionista total”, cuenta Patricia y rememora cuando asistió con sus padres al funeral masivo del poeta, que ni siquiera Pinochet pudo frenar.
“Fueron días espantosos, primero el golpe, mis papás perdieron muchos amigos, algunos desaparecieron y otros se exiliaron, mi marido en esa época estuvo detenido en el Estadio Nacional. Luego vino la muerte de Neruda, 12 días después del golpe y nosotros fuimos igual, habían cientos de personas, hubo una caminata primero a su casa en el Cerro San Cristóbal y luego al cementerio escoltados por milicos, caminando aterrorizados, pero sintiendo que era lo que teníamos que hacer, era donde teníamos que estar”, afirma Patricia.