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Psicólogo de la PDI explicó cómo Antares de la Luz convenció a sus seguidores

“Castillo logró que sus seguidores creyeran en un mundo dicotómico, donde solo existía el bien y el mal. Ellos eran el bien y los otros el mal”, subrayó el comisario Cristián Jiménez en diálogo con LUN.

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Tras el estreno de la esperada serie de Netflix “Antares de la Luz: La secta del fin del mundo”, producción que narra desde una nueva perspectiva los acontecimientos liderados por el músico y líder sectario Ramón Castillo Gaete, también conocido como Antares de la Luz, un funcionario de la Policía de Investigaciones (PDI) esclareció cómo convenció a sus seguidores sobre el supuesto fin del mundo.

El psicólogo forense del Instituto de Criminología (Inscrim) de la PDI, comisario Cristián Jiménez Quijada, explicó a LUN que junto a su equipo realizó el perfil sicológico de Castillo, quien se suicidó en Perú luego de que se conociera su caso.

“Él tenía estudios universitarios de música y pasó varios años haciendo talleres de sanación”, explicó Jiménez, quien aclaró que “no formó la agrupación de un día para otro y tampoco les transmitió ese mensaje del supuesto fin del mundo en un primer momento”.

El comisario indicó que lo anterior fue “un proceso de unos dos años”, donde logró “manipular la voluntad de los seguidores, quebrarlos y reducir al mínimo el pensamiento crítico de las siete personas que fueron condenadas. Fue por etapas”, detalló el comisario.

De acuerdo con su relato, “Castillo uso todas las etapas de confromación de sectas que están descritas en estudios, que son la persuasión, la conversación y el adoctrinamiento”. Además, detalló que la persuasión posee una “subetapa que se llama seducción”.

SEDUCCIÓN

Jiménez sostuvo que Castillo seducía por medio de sus talleres de sanación. “En esas instancias las personas asistentes veían algo llamativo en él, las seducía con su labia y con su discurso. Tenía esa habilidad de transmitir mensajes y encantar a la gente (…) La gente llegaba a él porque pegaba afiches en universidades”.

En aquellos talleres, que luego se transformaron en retiros, la gente acudía a “buscar explicaciones de las cosas. Los adeptos a las sectas, en general, tienen carencias o eventos críticos en sus vidas que los hacen buscar cosas nuevas”, explicó el funcionario PDI.

“Son personas inteligentes, con un nivel de vida que les permite cuestionarse cosas y buscar explicaciones de la vida y la muerte. Al comienzo era eso. No podía decirles que se acercaba el supuesto fin del mundo porque la gente podía salir corriendo”, acotó.

“Eso lo hizo cuando logró rellenar sus carencias”, apuntó.

Durante la etapa de la persuasión, Castillo instauró una necesidad de cambio. “En esa instancia los integrantes del grupo cambiaron sus nombres y los designó como ángeles o arcángeles”, detalló Jiménez.

“Castillo logró que sus seguidores creyeran en un mundo dicotómico, donde solo existía el bien y el mal. Ellos eran el bien y los otros el mal”, subrayó. El comisario precisó que “los miembros de las sectas son personas que necesitan encontrar un sentido de pertenencia o identidad (…) Castillo los hacía sentir importantes y únicos”.

Por medio de técnicas de persuasión coercitiva, Castillo “logró que los otros pensaran e hicieran lo que él quería (…) Al final lo que hacía era que personas con carencias se sintieran útiles”. Tras ello, viene la última etapa: el adoctrinamiento.

Se consolida la identidad nueva. El adoctrinado es capaz de salir y reclutar porque pasó por las etapas previas. Es un fiel seguidor y mantiene al líder (…) Desde la sociología podemos decir que hay una estructura piramidal: Castillo era la cabeza y le seguían Pablo Undurraga y Natalia Guerra, madre de su hijo asesinado en un ritual de la secta”, cerró Jiménez.

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