Después de un viaje de cuatro años, la nave espacial robótica Osiris-Rex de la NASA descenderá este martes durante algunos segundos a la superficie rocosa del asteroide Bennu para recolectar muestras, en una operación de precisión a 330 millones de kilómetros de la Tierra.
El año pasado, Japón logró con su sonda Hayabusa2 recoger algo de polvo de otro asteroide, Ryugu, y ahora está de camino a casa.
Con Osiris-Rex, la NASA espera recolectar una muestra mucho más grande, de al menos 60 gramos, que espera pueda revelar los componentes originales del sistema solar.
La nave espacial, del tamaño de una camioneta grande, se encuentra en este momento a un kilómetro por encima de Bennu, que tiene 490 metros de diámetro.
Ingenieros de la NASA y Lockheed Martin le enviaron este martes sus comandos finales para realizar la operación de muestreo, que será totalmente automatizada.
“No podemos controlar la nave espacial en tiempo real”, dijo Kenneth Getzandanner, gerente de dinámica de vuelo de la misión. A esta distancia, las señales tardan unos 18,5 minutos en viajar.
La primera señal de confirmación de la operación llegará a la Tierra a las 22:12 GMT (19:12 hora chilena) del martes. Y aunque las primeras imágenes estarán el miércoles, habrá que esperar hasta el sábado para saber si Osiris-Rex ha conseguido recoger la cantidad de polvo deseada.
“No es fácil navegar alrededor de un cuerpo pequeño”, dijo Heather Enos, investigadora principal adjunta del proyecto, que ha pasado 12 años en la misión preparándose para este momento.
Todo se reducirá a 16 segundos críticos de contacto, durante los cuales un brazo se extenderá y recolectará muestras que midan dos centímetros de diámetro o menos.
“En realidad no podemos aterrizar en la superficie de Bennu, así que solo besaremos la superficie”, agregó Beth Buck, de Lockheed Martin.
OPERACIÓN DELICADA
El interés de analizar la composición de los asteroides del sistema solar se basa en que están hechos de los mismos materiales que formaron los planetas.
Es “casi una piedra Rosetta, algo que está ahí fuera y cuenta la historia de toda nuestra Tierra, del sistema solar durante los últimos miles de millones de años”, dijo el científico jefe de la NASA, Thomas Zurbuchen.
Las muestras regresarán a la Tierra el 24 de septiembre de 2023, con un aterrizaje planificado en el desierto de Utah. Con ese material, los laboratorios podrán llevar a cabo análisis mucho más potentes de sus características físicas y químicas, dijo la directora de la división de ciencia planetaria de la NASA, Lori Glaze.
No todas las muestras serán analizadas de inmediato. Como las traídas de la Luna por los astronautas del Apolo, que la NASA todavía está estudiando 50 años después.
Las muestras “también permitirán a nuestros futuros científicos planetarios hacer preguntas en las que ni siquiera podemos pensar hoy, utilizando técnicas de análisis que aún no se han inventado”, dijo Glaze.
La operación se divide en tres fases. Alrededor de las 17:50 GMT, disparará sus propulsores para alinearse con el lado correcto del asteroide a una distancia de solo 100 metros.
Una segunda maniobra hará girar la sonda hacia la superficie y la bajará a 50 metros. Y la última, la ralentizará a 10 centímetros por segundo.
A cinco metros sobre el suelo, un sistema automático a bordo puede cancelar la operación si detecta rocas demasiado grandes en el punto de contacto.
Ocurre que Bennu no es el asteroide liso, cubierto por una “playa” inofensiva de arena fina, que esperaba la NASA. En realidad, se eligió este asteroide porque está convenientemente cerca y porque es antiguo: los científicos calculan que se formó en los primeros 10 millones de años de la historia del sistema solar, hace 4.500 millones de años.
Después de que Osiris-Rex alcanzara la roca a fines de 2018, los científicos se sorprendieron al recibir fotografías que mostraban que estaba cubierta de guijarros y cantos rodados, a veces de 30 metros de altura.
Desde entonces, mapearon el asteroide a una resolución de centímetros y eligieron el sitio de aterrizaje menos riesgoso: se llama Cráter Nightingale, de 25 metros de ancho, con una zona objetivo de solo 8 metros de diámetro dispuesta para el acercamiento.