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Autor de novela “Rapaces”: “Con el tiempo agradeceremos el rol que han jugado los estudiantes en este proceso transformador”

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Mientras algunos siguen mirando hacia Finlandia como el modelo educativo o se barniza una y otra vez la fachada de los Liceos Bicentenario como la cima de la educación pública, el poeta y escritor Marcelo Guajardo mira casi a un siglo de distancia para retratar el proyecto más elocuente de la educación estatal antes de que fuera un privilegio ciudadano.

Escoge para ello el legendario proyecto escolar del Internado Nacional Barros Arana (INBA) como el decorado de su novela “Rapaces” (Editorial SM). En ella, el también autor de “La bicicleta mágica de Sergio Krumm” y “Relatos de jóvenes migrantes” cayó como un paracaidista en medio de la vorágine del estallido social y sus exigencias en materia de educación estatal con esta historia de escolares del Santiago de 1930 y su vida cotidiana dentro del INBA.

A la par de sus salidas de fin de semana por una ciudad en el umbral de cambios fundamentales, los escolares protagonistas de la novela viven en años en que nuestro país reacciona a la Guerra Civil Española, el nazismo, los gobiernos radicales y la aparición de nuevos frentes políticos e ideas revolucionarias que se entrecruzan con la influyente presencia de profesores que marcarán la vida de estos adolescentes con sueños parecidos a los de sus compañeros del 2020.

Eliecer Camino, el “Laucha” Cárdenas y su pandilla, siguen el tranco de la convulsionada primera mitad del 1900 como el anverso luminoso de nuestra actualidad. Ambos periodos dialogan a través de casi cien años sobre sus similitudes y carencias. Entre ellos el placer de capear clases.

“Yo no era mucho de hacer la cimarra. De hecho la hice una sola vez en el último año, durante los meses finales y eso fue casi todo así que no creo que valga mucho como cimarra. Yo salí el 94 del liceo, el Instituto Nacional, y todo era tan competitivo que no muchos pensaban en perder clases. No sé qué pasará ahora, pero siempre la idea de escaparse es atractiva. Ahora, a esta generación le tocó un tema de deliberación política y activismo que yo valoro un montón, en ese sentido son más maduros que nosotros y nuestras infantiles cimarras”, cree el autor de “Rapaces”.

Sobre el proceso creativo para escribir “Rapaces”, Guajardo dice que la recomendación vino de bastante cerca. Su esposa, arquitecto, quien participó en las reparaciones que se le hicieron al Internado Nacional Barros Arana hace algunos años, quedó tan sorprendida por la infraestructura que tuvo el edificio contiguo a la Quinta Normal en sus años dorados que alimentó la imaginación del escritor con esta idea sobre la importancia que se le asignaba a la educación pública en esos años.

“El liceo era un lujo para todo el continente. Luego en dictadura vino al abandono y el deterioro, los terremotos de 1985 y 2010, pero solo en el segundo se hicieron algunas reparaciones y, durante ellas, mi esposa me habló mucho del nivel del INBA. Ella se refería a él como “El Hogwarts chileno”, por su parecido con el palaciego colegio de la saga literaria de Harry Potter. Ahí partió la idea, luego vino la investigación y algunas entrevistas con exalumnos”, explica el magíster en Literatura Latinoamericana.

Al igual que en la novela de 104 páginas, han sido meses turbulentos para los secundarios de hoy. Desde el accidentado fin de año de liceos centenarios de Santiago, enfrentamientos con la policía y una participación estudiantil polarizada en el boicot a la PSU, el escenario plantea un inicio de década en el que los pingüinos quieren volver a dictar las clases a la élite política.

Para Guajardo, su trabajo literario plantea una feliz coincidencia en ese sentido con la vida real. “La idea de ‘Rapaces’ era retratar un momento convulsionado de la vida política chilena desde la mirada de unos chiquillos de un liceo de 1936. Ya cuando se publicó el libro, los liceos emblemáticos lideraban las movilizaciones. Y fue en ese periodo que recibieron el asedio por parte de la autoridad que sitió los colegios y persiguió a las comunidades. El 2019 vino la rebelión de octubre y otra vez los estudiantes eran los que lideraban el movimiento. Creo que fue una feliz y algo premonitoria coincidencia que los estudiantes de la novela también participaran en la deliberación política y se involucraran de los movimientos sociales de la época, ahora con todo lo que ha pasado, creo que me quedé súper corto”, estima el escritor.

UN MAPA DE OTRA ÉPOCA

La novela funciona como un entretenido mapa de otra época en que la educación era el norte de los gobiernos. Un periodo en que nadie se cuestionaba el capital de una buena instrucción pública, pese a que el barrio Quinta Normal estuviese rodeado de caseríos y poblaciones precarias que describieron en su momento Nicomedes Guzmán y Joaquín Edwards Bello.

Dentro del Internado Nacional, como si de una ciudadela se tratase, existían sastrerías, un matadero, una piscina, una sala de teatro y un vecindario exclusivo para los trabajadores del INBA quienes tenían asegurada la educación de sus hijos en el establecimiento. Desde ese entonces, según Guajardo, los establecimientos históricos han perdido algo en lo material, pero ganado en sus atributos ciudadanos con la contingencia.

En ese período de cambios, la PSU como sistema para entrar a la universidad también ha sido cuestionada por los estudiantes. ¿Qué opinión tienes sobre este asunto que aún no se resuelve?

-Creo que con el paso del tiempo agradeceremos mucho el rol que han jugado los estudiantes en todo este proceso transformador. Liceos emblemáticos como el INBA, el Instituto Nacional, el Liceo de Aplicación, el Liceo 1 están otra vez escribiendo la historia. En ese sentido, la PSU es el reflejo de un sistema educacional de castas cuyo origen es el desmembramiento de la educación pública iniciado en dictadura. Con ello se fueron debilitando también los lazos que nos unían como sociedad hasta romperlos definitivamente. De allí, la violencia de octubre, de ese rompimiento, de esa sociedad de estancos que nos impide vernos como comunidad. Estamos en medio de un proceso transformador que busca precisamente reformular el modo en que nos relacionamos y que busca la paz a partir de un nuevo entendimiento social. Pienso que en esa lógica vino el boicot a la prueba, que es una parte de ese todo.

Desde tu perspectiva de autor, ¿cómo proyectas a la infancia de hoy como la antesala de los secundarios del próximo 2030?

-Chuta, difícil… en la época que retrata el libro, también les tocó a los estudiantes participar en movimientos sociales, esos movimientos desembocaron con la conformación del Frente Popular y los gobiernos radicales que fueron la base del sistema de educación pública que le dio prosperidad a Chile por muchos años. Creo y espero que para los secundarios del 2030 la lucha social haya concluido y estén viviendo en un país que halló la forma de encontrarse.
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