La invitación que un grupo de mujeres recibió en abril de este año, incluida la autora de este artículo, era a emprender un viaje iniciático, de profunda transformación, para despertar a nuestra “mujer salvaje” y reencontrarnos con nuestras raíces. La convocatoria era atrayente, especialmente porque quien lideraría el encuentro era Luzclara Camus, Mujer Medicina chilena, ampliamente conocida en Latinoamérica y Europa.
Este viaje de transformación se realizaría entre el 14 y el 22 de septiembre en el Valle Sagrado de Los Andes, en Perú. Se proyectaba como una aventura extraordinaria. Las convocadas intuíamos que esta travesía por la tierra de los incas remecería nuestros orígenes, nuestra femineidad y nos ayudaría a desprendernos gradualmente de nuestros dolores, estructuras y máscaras.
Luzclara (77), pionera en la formación de círculos femeninos en Chile, en plena dictadura, y autora del libro “El Rezo de mi Vida”, sería la encargada de conectarnos con esa “mujer salvaje”, que todas llevamos dentro. Esa mujer de la cual habla la analista junguiana, Clarissa Pinkola Estés, en su libro “Mujeres que corren con los lobos”. La autora dice que puede que las mujeres “hayamos olvidado los nombres de la mujer salvaje, puede que ya no contestemos cuando ella nos llama por los nuestros, pero en lo más hondo de nuestro ser la conocemos, ansiamos acercanos a ella; sabemos que nos pertenece y que nosotras le pertenecemos”.
Judith Camus Azócar (así se llama realmente Luzclara), que más parece una joven envuelta en una piel de mujer mayor y que es honrada en muchos países del mundo, vive desde hace dos años en una comunidad, en Pisac. Durante el 2016, un día cualquiera, en su habitación del Cajón del Maipo, decidió que se asentaría en Perú. No había tiempo que perder. Deshizo su casa, tomó sus maletas y se instaló en el Valle Sagrado, a 30 minutos de Cusco, a los pies del poderoso Apu Pachatusan, considerado la columna vertebral del planeta.
El viaje con esta abuela, que fue iniciada como Mujer Medicina por la machi Antonia Lincolaf, asomaba fascinante. Y sin pensarlo demasiado nos embarcamos en la aventura un total de 12 mujeres chilenas, entre 25 y 65 años, de distintas profesiones. Nos movía solo el afán de crecer y aprender.
Tímidamente algunas, otras curiosas, con muchas expectativas la mayoría, y también, por qué no admitirlo, con miedo –una emoción muy frecuente en la vida- arribamos a Pisac una soleada tarde de un invierno que se batía en retirada.
Pisac (o Pisaq) viene de las voces quechuas “pisaq o p’isaga”, que significa perdiz. Este complejo arqueológico, que se encuentra en el distrito homónimo de la provincia de Calca, tiene más de 10 mil habitantes y se ubica a una altura de 2.900 metros.
Esta tierra mágica, que tiene una temperatura máxima promedio de 22 grados, con frío en las mañanas y noches, envuelve y muchas sentimos amor a primera vista por sus montañas verdes, su colorido mercado, la amabilidad de sus habitantes y el persistente olor a flores.
Ya instaladas en el cómodo Hostal Kinsa Cocha comenzamos a preparar nuestra travesía.
La primera parada sería el Centro Ceremonial Inti Huatana, a unos 20 minutos de Pisac. Está ubicado en lo más alto de la montaña, sobre una superficie seca y rocosa, y desde ese punto se aprecia todo el valle.
Luzclara y Karen Urcia, sacerdotisa Mochika, nos guiaron en nuestra ruta de ascenso. Con esfuerzo realizamos la caminata, nos presentamos a los Apus y pedimos permiso para iniciar nuestro trabajo de renacimiento.
La sacerdotisa, con voz pausada, nos familiarizó con aquellos montes, asegurando que los abuelos, encarnados en esas rocas, nos escuchan y hacen realidad nuestras intenciones.
Luego de recorrer el centro ceremonial nos sentamos en círculo junto a Luzclara y Karen y a algunas les brotaron espontáneas las lágrimas. La majestuosidad del paisaje, el avistamiento de un cóndor que voló, como si desplazara en cámara lenta por encima de nosotras, y la estremecedora experiencia de haber conectado con la montaña, remeció nuestras raíces.
El segundo día de este peregrinaje de transformación se realizó en la Pacha.
El círculo de mujeres se adentró en la comunidad donde vive Luzclara y durante gran parte del día conectamos con nuestro corazón, en sintonía con las montañas que nos observaban, mientras éramos asistidas con amorosidad por el músico y chamán, Ignacio Rodríguez, su mujer Josefina, además de Luzclara y Andrea de Losada.
La ruta de transformación continuó al día siguiente, en el Templo Maha, en el centro de la misma comunidad.
La Mujer Medicina e Ignacio nos guiaron en la sonoterapia. Los sonidos, que emanaban con amor de los cuencos y diapasones, en un acto de mucha entrega y dedicación, eran verdaderas caricias para nuestra alma y nuestro cuerpo.
Completó ese día la sanación Andrea de Losada con una sobrecogedora ceremonia de cacao. Este alimento es una gran herramienta para profundizar en el trabajo personal. De una manera “cariñosa” nos permite conectar con nuestro corazón y emociones.
Cada día se transformaba en una nueva aventura. Nos levantábamos al alba y mientras el sol se expandía iluminando los Apus, nos preparábamos para abrir cada vez más nuestro corazón.
La travesía continuaría en un centro ceremonial inca, esta vez acompañadas por el sacerdote Qéro, Alejandro Apaza (en la última foto del artículo), y Luzclara. La cultura del pueblo Qéro fue declarada patrimonio cultural de la nación peruana. Esta declaratoria establece que esta comunidad ha conservado su identidad a través del tiempo.
Nos adentramos por estrechos senderos, sorteamos empinadas rocas y descendimos por laderas hasta llegar a una gruta sagrada, donde fluía el agua, la que desembocaba en un manantial.
En ese lugar nos someteríamos a un ritual de limpieza y florecimiento. Nuestros corazones latían con fuerza.
Nos dividimos en dos grupos y guiadas por Alejandro nos internamos en la cueva, que simbolizaba el útero materno, caminando con dificultad por las piedras. Al llegar a la meta, el sacerdote, concentrado, nos frotó el cuerpo con unas ramitas bendecidas y a cada una nos dirigió unas palabras en quechua.
Lentamente hicimos el camino de retorno. Al salir de la cueva, y toparnos de golpe con la luz del sol y el verde de las montañas, tuvimos la certeza de que habíamos vuelto a nacer.
Horas más tarde, en un momento de reposo en la Pacha, sentadas en círculo, avistamos dos cóndores en el cielo. También nos visitó un colibrí. Una bendición del Gran Espíritu.
A media hora de Pisac, y a dos kilómetros al norte de Cusco, la capital del antiguo Imperio Inca, queda el Parque Arqueológico Saqsaywaman. Esta fortaleza ceremonial se comenzó a construir durante el gobierno de Pachacútec, en el siglo XV, y fue terminada por Huayna Cápac en el siglo XVI.
Los grandes bloques de este parque, hechos a base de granito, miden hasta 9 metros de alto y son considerados los de mayor tamaño dentro de las zonas arqueológicas incas.
En estos muros megalíticos nos esperaba el destacado matemático y físico quechua, Jesús Salqa Rios. El sexto día de aventura se proyectaba como una jornada de aprendizaje. El académico nos compartiría la sabiduría de su pueblo.
Con voz suave y reflexiva, Salqa nos guió por la estructuras de piedra que simbolizaban los hemiferios cerebral izquierdo (el intelecto, raciocinio) y el derecho, que corresponde a la intuición.
El académico viajó en el tiempo, hizo un poco de historia, nos habló de la llegada de los españoles, de los guerreros y también de los “abuelos”, de esos hombres sabios que tenían el cráneo deformado y que se ocultaban en mazmorras. Nos introdujimos en unos de estos túneles estrechos, donde habitaban, en el cual solo se podía caminar a tientas.
Este centro neurálgico de Cusco se quedó en nuestra retina. Solo tuvimos palabras de agradecimiento para el matemático, que hizo gala de su generosidad al transmitirnos tantos pasajes de su cultura.
Llegó la séptima jornada del peregrinaje. Quedaban solo horas para regresar a la vida real y ya la nostalgia invadía nuestros corazones. Este día culminaríamos nuestra travesía de renacimiento con una ofrenda por el femenino del planeta en el Templo de la Luna –a media hora de Pisac- adoratorio mágico donde los incas celebraban rituales en honor a la luna.
Nuestro círculo de mujeres, guiados por Alejandro, Justino y Marisol Apaza, ofrendó a la Pachamama en la cueva de Amaru. Fue un momento sagrado. El silencio y la entrega de los representantes de la etnia Qéro nos conmovió.
El día de la cena de despedida todas las mujeres que compartimos esta experiencia trascendente estábamos sobrecogidas. Sabíamos que ya no éramos las mismas. Luzclara, esta abuela sabia que nos ayudó “a ver”, nos preguntó a cada una que había significado este viaje.
Nos faltaban las palabras para describir lo que sentíamos. Todas coincidimos en que esta travesía, cuya segunda parte se realizará en una fecha similar el próximo año, había transformado para siempre nuestras vidas.
El libro “Mujeres Mágicas”, de Patricia Schüller (Editorial Aguilar), pone de relieve el trabajo terapéutico de esta gran mujer:
En su casa de paredes blancas, galopando por los senderos o al otro del Atlántico, Luzclara trabaja con un único afán: empoderar a las mujeres desde lo femenino.
“Esa es la intención que quisiera poner con el ejemplo de mi vida, con mi historia: poder darles a las mujeres la libertad; que si yo pude, ellas también pueden. Solo las ayudo a recordar, a encontrar su mujer salvaje”.
La última noche que estuvimos juntas le aseguramos a Luzclara que este encuentro iniciático nos había ayudado a recuperar la alegría genuina de la infancia, esa que sentimos cuando la vida es para siempre. Sus ojos verdosos nos miraban humedecidos. Abuela amada, chaltumay!
Este viaje de transformación se realizaría entre el 14 y el 22 de septiembre en el Valle Sagrado de Los Andes, en Perú. Se proyectaba como una aventura extraordinaria. Las convocadas intuíamos que esta travesía por la tierra de los incas remecería nuestros orígenes, nuestra femineidad y nos ayudaría a desprendernos gradualmente de nuestros dolores, estructuras y máscaras.
Luzclara (77), pionera en la formación de círculos femeninos en Chile, en plena dictadura, y autora del libro “El Rezo de mi Vida”, sería la encargada de conectarnos con esa “mujer salvaje”, que todas llevamos dentro. Esa mujer de la cual habla la analista junguiana, Clarissa Pinkola Estés, en su libro “Mujeres que corren con los lobos”. La autora dice que puede que las mujeres “hayamos olvidado los nombres de la mujer salvaje, puede que ya no contestemos cuando ella nos llama por los nuestros, pero en lo más hondo de nuestro ser la conocemos, ansiamos acercanos a ella; sabemos que nos pertenece y que nosotras le pertenecemos”.
A LOS PIES DEL APU PACHATUSAN

El viaje con esta abuela, que fue iniciada como Mujer Medicina por la machi Antonia Lincolaf, asomaba fascinante. Y sin pensarlo demasiado nos embarcamos en la aventura un total de 12 mujeres chilenas, entre 25 y 65 años, de distintas profesiones. Nos movía solo el afán de crecer y aprender.
Tímidamente algunas, otras curiosas, con muchas expectativas la mayoría, y también, por qué no admitirlo, con miedo –una emoción muy frecuente en la vida- arribamos a Pisac una soleada tarde de un invierno que se batía en retirada.
Pisac (o Pisaq) viene de las voces quechuas “pisaq o p’isaga”, que significa perdiz. Este complejo arqueológico, que se encuentra en el distrito homónimo de la provincia de Calca, tiene más de 10 mil habitantes y se ubica a una altura de 2.900 metros.
Esta tierra mágica, que tiene una temperatura máxima promedio de 22 grados, con frío en las mañanas y noches, envuelve y muchas sentimos amor a primera vista por sus montañas verdes, su colorido mercado, la amabilidad de sus habitantes y el persistente olor a flores.
Ya instaladas en el cómodo Hostal Kinsa Cocha comenzamos a preparar nuestra travesía.
EN LA RUTA DE LOS INCAS

Luzclara y Karen Urcia, sacerdotisa Mochika, nos guiaron en nuestra ruta de ascenso. Con esfuerzo realizamos la caminata, nos presentamos a los Apus y pedimos permiso para iniciar nuestro trabajo de renacimiento.
La sacerdotisa, con voz pausada, nos familiarizó con aquellos montes, asegurando que los abuelos, encarnados en esas rocas, nos escuchan y hacen realidad nuestras intenciones.
Luego de recorrer el centro ceremonial nos sentamos en círculo junto a Luzclara y Karen y a algunas les brotaron espontáneas las lágrimas. La majestuosidad del paisaje, el avistamiento de un cóndor que voló, como si desplazara en cámara lenta por encima de nosotras, y la estremecedora experiencia de haber conectado con la montaña, remeció nuestras raíces.
SONOTERAPIA Y CEREMONIA DE CACAO

El círculo de mujeres se adentró en la comunidad donde vive Luzclara y durante gran parte del día conectamos con nuestro corazón, en sintonía con las montañas que nos observaban, mientras éramos asistidas con amorosidad por el músico y chamán, Ignacio Rodríguez, su mujer Josefina, además de Luzclara y Andrea de Losada.
La ruta de transformación continuó al día siguiente, en el Templo Maha, en el centro de la misma comunidad.
La Mujer Medicina e Ignacio nos guiaron en la sonoterapia. Los sonidos, que emanaban con amor de los cuencos y diapasones, en un acto de mucha entrega y dedicación, eran verdaderas caricias para nuestra alma y nuestro cuerpo.
Completó ese día la sanación Andrea de Losada con una sobrecogedora ceremonia de cacao. Este alimento es una gran herramienta para profundizar en el trabajo personal. De una manera “cariñosa” nos permite conectar con nuestro corazón y emociones.
VOLVER A NACER

La travesía continuaría en un centro ceremonial inca, esta vez acompañadas por el sacerdote Qéro, Alejandro Apaza (en la última foto del artículo), y Luzclara. La cultura del pueblo Qéro fue declarada patrimonio cultural de la nación peruana. Esta declaratoria establece que esta comunidad ha conservado su identidad a través del tiempo.
Nos adentramos por estrechos senderos, sorteamos empinadas rocas y descendimos por laderas hasta llegar a una gruta sagrada, donde fluía el agua, la que desembocaba en un manantial.
En ese lugar nos someteríamos a un ritual de limpieza y florecimiento. Nuestros corazones latían con fuerza.
Nos dividimos en dos grupos y guiadas por Alejandro nos internamos en la cueva, que simbolizaba el útero materno, caminando con dificultad por las piedras. Al llegar a la meta, el sacerdote, concentrado, nos frotó el cuerpo con unas ramitas bendecidas y a cada una nos dirigió unas palabras en quechua.
Lentamente hicimos el camino de retorno. Al salir de la cueva, y toparnos de golpe con la luz del sol y el verde de las montañas, tuvimos la certeza de que habíamos vuelto a nacer.
Horas más tarde, en un momento de reposo en la Pacha, sentadas en círculo, avistamos dos cóndores en el cielo. También nos visitó un colibrí. Una bendición del Gran Espíritu.
LA SABIDURÍA DE JESÚS SALQA

Los grandes bloques de este parque, hechos a base de granito, miden hasta 9 metros de alto y son considerados los de mayor tamaño dentro de las zonas arqueológicas incas.
En estos muros megalíticos nos esperaba el destacado matemático y físico quechua, Jesús Salqa Rios. El sexto día de aventura se proyectaba como una jornada de aprendizaje. El académico nos compartiría la sabiduría de su pueblo.
Con voz suave y reflexiva, Salqa nos guió por la estructuras de piedra que simbolizaban los hemiferios cerebral izquierdo (el intelecto, raciocinio) y el derecho, que corresponde a la intuición.
El académico viajó en el tiempo, hizo un poco de historia, nos habló de la llegada de los españoles, de los guerreros y también de los “abuelos”, de esos hombres sabios que tenían el cráneo deformado y que se ocultaban en mazmorras. Nos introdujimos en unos de estos túneles estrechos, donde habitaban, en el cual solo se podía caminar a tientas.
Este centro neurálgico de Cusco se quedó en nuestra retina. Solo tuvimos palabras de agradecimiento para el matemático, que hizo gala de su generosidad al transmitirnos tantos pasajes de su cultura.
OFRENDA EN EL TEMPLO DE LA LUNA

Nuestro círculo de mujeres, guiados por Alejandro, Justino y Marisol Apaza, ofrendó a la Pachamama en la cueva de Amaru. Fue un momento sagrado. El silencio y la entrega de los representantes de la etnia Qéro nos conmovió.
El día de la cena de despedida todas las mujeres que compartimos esta experiencia trascendente estábamos sobrecogidas. Sabíamos que ya no éramos las mismas. Luzclara, esta abuela sabia que nos ayudó “a ver”, nos preguntó a cada una que había significado este viaje.
Nos faltaban las palabras para describir lo que sentíamos. Todas coincidimos en que esta travesía, cuya segunda parte se realizará en una fecha similar el próximo año, había transformado para siempre nuestras vidas.
El libro “Mujeres Mágicas”, de Patricia Schüller (Editorial Aguilar), pone de relieve el trabajo terapéutico de esta gran mujer:
En su casa de paredes blancas, galopando por los senderos o al otro del Atlántico, Luzclara trabaja con un único afán: empoderar a las mujeres desde lo femenino.
“Esa es la intención que quisiera poner con el ejemplo de mi vida, con mi historia: poder darles a las mujeres la libertad; que si yo pude, ellas también pueden. Solo las ayudo a recordar, a encontrar su mujer salvaje”.
La última noche que estuvimos juntas le aseguramos a Luzclara que este encuentro iniciático nos había ayudado a recuperar la alegría genuina de la infancia, esa que sentimos cuando la vida es para siempre. Sus ojos verdosos nos miraban humedecidos. Abuela amada, chaltumay!
CONTACTO
Interesadas en realizar un viaje iniciático al Valle Sagrado deben contactarse con Rocío Fernández Suárez: correo: rociofernandezs@gmail.com