Herzog entró enfundado en aroma a espino y jacarandá a los pies del cerro en el viejo campus, sin luces, ni grandes presentaciones. Ataviado con sus zapatos de trekking y una vieja mochila heredada por su amigo, el escritor y aventurero inglés Bruce Chatwin.
El cineasta autor de “Fitzcarraldo”, “Aguirre la ira de Dios”, “Nosferatu” y una sobrecogedora lista de documentales, contó que acaba de concluir un documental para la BBC en Isla Navarino, donde participa Cristina Calderón, la última mujer que habla el yagán. El hombre que dio vueltas el Amazonas, el círculo de fuego del Pacífico, que recorrió la Antártida y ahora la Patagonia viene a advertir a la audiencia sobre el cuidado del patrimonio cultural que es el lenguaje.
“Cuando hablamos de la crisis ambiental nos preocupamos con justa razón de la extinción de especies y entornos, pero no de la extinción de la cultura. Cada 10 días desaparece completamente una lengua, una cultura que no deja ni libros ni diccionarios detrás de sí. Es como perder a Beethoven, a Tchaikovski o a Pasternak. Irremisiblemente, la señora Cristina morirá y con ella el idioma yagán”, señala.
La reconocible voz palpitante que ha enfrentado con humanidad cavernas milenarias, a pacientes del corredor de la muerte y la boca de los volcanes más activos del mundo, sonó por casi tres horas con sus mejores lecciones sobre la inutilidad de la teoría y la necesidad de la acción por sobre los discursos, sobre la soledad, la muerte y la capacidad creativa desde una inspiración que llega y que no se busca.
“El turismo es un pecado y andar a pie es una virtud”, reiteró sobre una de sus más preciados recursos para la creación y desde donde nace también “Del caminar en el hielo” (1978) la bitácora que escribió cuando caminó desde Munich a París para visitar a la moribunda historiadora de cine Lotte Eisner.
Herzog ha dicho que “decretó” la espera de su amiga durante este viaje a pie y que la misma Eisner sobrevivió otros 8 años, al final de los cuales le rogó romper el hechizo pues ya estaba demasiado “saturada de la vida”, recuerda.
Ese afán de permanente viaje lo trajo a Chile a recorrer paisajes como la Cueva del Milodón, Valparaíso, y el Santuario de la Naturaleza siempre con un libro en la mochila. Herzog cuenta que en medio del caos de trabajar con Klaus Kinski, casi perder la vida en el Amazonas y bajo tormentas demenciales, siempre encuentra refugio en la lectura.
EL HERZOG AMARILLO
El documentalista acaba de rodar tres películas y hasta anticipa que pondrá su voz en un próximo capítulo de Los Simpson. Ese es parte de su radio de influencia. Desde filmar películas como si fuesen una obra teatro para “Woyzeck”, viajar a la Antártida para entrevistar a los seres humanos como la más rara avis en “Encuentros en el fin del mundo”, rodar la historia de un animalista devorado por osos en “Grizzly Man” y compartir el resultado con la madre, explorar cavernas y nuevas tecnologías en “La caverna de los sueños olvidados”, producir y dirigir óperas o ser un invitado más en Los Simpsons.“Seré un villano y para eso me pagaron muy bien. Créanme que también puedo ser muy aterrador”, dice entre risas.
Acerca del resultado de su cine, también se lo toma con esa humildad del chico criado en una granja y que recién vio un auto por primera vez a los 11 años. Un lustro de soledad que es también un capital de su obra, sostiene.
“Recurrentemente en festivales y encuentros como este, personas de la audiencia me dicen que mis películas los acompañaron en momentos de soledad. Cuando una persona sale del cine después de ver una de mis películas y ya no se siente sola, significa que mi trabajo ya está hecho y me doy por pagado”, remarca. “Yo solo trato de ser un buen soldado”, agrega cuando los agradecimientos recrudecen.
“LATINOAMÉRICA ES PARTE DE MI ALMA”
Durante varios momentos de su alocución se asoma a ideas como la muerte y la creación como parte de esta caminata infinita en la que también entra la contingencia. Se arroja como etnógrafo autodidacta y realizador para plantear que sus películas siempre han tratado la condición humana como protagonista, erradicando cualquier concepto de salvaje cuando se trata de describir a los pueblos indígenas.“Desde el ‘68 hubo una especie de creencia de que para ser cineasta se debía pertenecer al mundo político o tener una mirada política, que los documentales deben hacerse a través de argucias o escondidos para lograr mayor realidad y que la suma de hechos constituyen la realidad. En el caso del pueblo mapuche, creo que yo les prestaría una cámara casera para que ellos realicen su propio registro y luego se las pediría de vuelta para que sean ellos quienes contaran su propia historia documental”, señala ante una consulta sobre cómo trataría este objeto fílmico por estos días.
El cineasta perpetra otras historias de marinero en la taberna ante un extasiado público mucho rato después de que cae el sol. Quedan muchas copias de “Herzog por Herzog” y “Del caminar en el hielo” por firmar y Herzog lo hará una por una. Antes, es consultado sobre su porfía y relación con una región de la que jamás se ha alejado.
Recuerda su reciente trabajo en la Patagonia, los días funestos pero fértiles en el Amazonas y sus aventuras en Perú con indígenas que hoy prefieren una vida de motocicletas, películas pornográficas y de artes marciales. “Latinoamérica es un territorio que evoluciona permanentemente. Es un continente que es parte de mi alma y por eso he regresado tantas veces”, dice. En perfecto español lo repite para que no queden dudas. “Es parte de mi alma. Es parte de mi alma”.
